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PRESOS DE UNA MINORÍA


VOXPRESS.CL.- A estas alturas, la casi totalidad de la educación chilena se halla en su tradicional período de vacaciones de invierno. Menos el Instituto Nacional.

Casi simultáneamente con el receso general, el alumnado de dicho liceo volvió a clases, luego de irse a vacaciones anticipadas, fuera de calendario, obligado por una incontrolable violencia, tanto interna como volcada hacia el exterior. Dicha decisión fue adoptada por el sostenedor del establecimiento, la Municipalidad de Santiago, ante su impotencia por calmar el clima político enraizado entre el alumnado.

Se entiende por comunidad escolar a todos los estamentos vinculados con la educación de un establecimiento dedicado al rubro, esto es, los directivos -en este caso, la municipalidad-, el profesorado, los alumnos y los apoderados. Por norma y por un mínimo concepto de organización, toda comunidad es piramidal: directivos y profesorado en la toma de decisiones, los alumnos son escuchados y a los padres se les mantiene informados. En algunos casos, estos últimos tienen incidencia en la dirección ejecutiva, dependiendo de su participación en la propiedad.

No es el caso del Instituto Nacional. Históricamente fue -porque ya no lo es- un centro de selección de los mejores talentos provenientes de la educación primaria, para transformarlos en hombres de bien y entregarles las competencias para que fuesen profesionales de excepción al servicio del país. Sus profesores llegaban a ser célebres por sus conocimientos, modelo de instrucción y, algunos, por su enseñanza sobre la base de la disciplina, y muchos de ellos, autores de textos de estudio de consumo nacional.

Todo eso es pasado. Sus alumnos ya no son seleccionados por ser los mejores en básica y sus profesores sobresalen por pasar con licencias médicas ante el acoso, la insolencia y el maltrato que reciben en las aulas.

Hoy, en el Instituto Nacional no mandan ni constituyen autoridad los directivos, al extremo de que el alcalde, el sostenedor, ha sido amenazado de muerte y blanco de arteros ataques y de todo tipo de insultos. Sus profesores han sido subordinados y sus decisiones son anuladas por los alumnos, si es que no resultan agredidos o rociados con combustible para quemarlos vivos. La escenografía cotidiana del liceo son vehículos policiales que deben defenderse de las bombas Molotov y pedradas que les caen desde el interior.

Hace dos meses se descubrió que el bus de transporte de alumnos era la fábrica artesanal de proyectiles incendiarios y depósito de acopio. No son pocos los estudiantes que han resultado con quemaduras (en la foto) por el mal manejo de las bombas caseras para oponerse "a la represión de Carabineros"…

El Instituto tiene una dotación de casi 2 mil alumnos, pero éstos se encuentran sometidos y prisioneros de no más de 50 que deciden las paralizaciones, las huelgas, las tomas y las acciones terroristas, camuflándose con capuchas.

A primera vista, debe ser el único liceo en el país que tiene tres Centros de Apoderados, sólo uno de los cuales, y, por ende, el minoritario, se aboca al ámbito educativo de sus hijos y a la calidad de su aprendizaje. Sus voceros claman porque impere un ambiente de paz y tranquilidad sólo dedicado al estudio, pero son callados por los otros dos que, por sus expresiones, son claramente identificados con la izquierda y, por tanto, respaldan las acciones delictivas de los jóvenes extremistas.

Ellos, los apoderados, y sus hijos dicen que sus protestas (?) apuntan a una demanda por una educación pública "de calidad". Vociferan que eso es imposible en un recinto con vidrios rotos y baños en mal estado, situaciones -todas fácilmente superables- que son secundarias respecto a lo que se entiende por calidad. No son pocos los colegios que hacen gala de un confort envidiable en sus instalaciones, pero adolecen de jerarquía en los encargados de transmitir conocimientos, los pedagogos.

El clima interno entre el alumnado es confrontacional y son cotidianos los choques violentos entre quienes sólo desean estudiar y quienes son activistas políticos. Existiendo varios otros liceos emblemáticos, incluso con población estudiantil de izquierda superior al Instituto Nacional, el extremismo eligió a éste como centro de operaciones por su historial, liderazgo y mayor de edad quien acredita su identidad con la cédula antes mencionada y visibilidad.

Por estas razones, también es plataforma de agentes externos que se parapetan en su interior para exteriorizar su violencia. Curiosa coincidencia: al término de la primera semana de vacaciones de invierno nadie desde afuera llegó al Instituto para protagonizar incidentes.

Esta minoría ha hecho prevalecer su objetivo, y no se divisa alguna posibilidad de diálogo y, menos, de avenimiento con el sostenedor. Durante las vacaciones anticipadas, la municipalidad arregló los baños, y ya en el primer día del retorno a clases fueron enteramente pintarrajeados.

El municipio instaló al interior del Instituto cámaras de seguridad en un ingenuo intento por desenmascarar a los autores de desmanes y desórdenes, pero una degradación tan injusta a que ha sido sometido el Instituto no se supera con medidas de parche, sino con determinaciones tajantes y ejemplarificadoras. Por ser "incorrectamente político", se le sugirió al sostenedor -Felipe Alessandri Vergara- que no volviese a mencionar la posibilidad del cierre definitivo del liceo. Guste o no, por ahí va la ruta de una solución al interminable conflicto. Días atrás, sobre esa opción, el alcalde dijo que "a los alumnos que quieren estudiar se les destinaría a otros establecimientos de categoría de la comuna", para que no paguen justos por pecadores.

Alessandri ya asumió una valiente decisión, tras el incendio intencional de instalaciones del añoso liceo Barros Borgoño, sacando de allí a todo el plantel. Debe entenderse que es un delito grave poner en jaque el derecho de propiedad consagrado en la Constitución. El Instituto Nacional no resiste más, porque ya perdió la libertad de educación -por culpa de una minoría- y la libertad individual de su comunidad, presos todos de una minoría terrorífica que nadie ha sido capaz de extinguir.

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