DENUNCIAR PERO NO ACTUAR, EL ESTILO DE LA ONU

VOXPRESS.CL.- Luego de la visita inspectiva que realizara a Venezuela la Alta Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU, la situación de los ciudadanos que van quedando en ese país es peor que antes de dicha fiscalización. Seguirán siendo más y más los residentes que aún resisten que querrán emigrar, y ello también implicará la multiplicación de un problema que ya es más que convulsionante para los Gobiernos que reciben a quienes huyen de la dictadura de Nicolás Maduro.
Luego del informe dado a conocer por la Alta Comisionada, Michelle Bachelet, y su inaudita recomendación final en cuanto a que "ojalá surja una semilla de una reconciliación duradera", la situación se empeoró: queda claro que nadie hará nada por los ciudadanos que viven bajo el control y dominio de un Estado ya no sólo represivo y narco, sino, ahora, comprobada y definitivamente asesino.
Hasta antes del informe de Bachelet, el socialismo internacional atribuía las violaciones a los derechos humanos en Venezuela a "una campaña del imperialismo", no dando crédito alguno a las denuncias de la disidencia venezolana. No obstante, luego de conocerse en todo el planeta, y de boca de una agente de la izquierda, que el régimen de Maduro asesina e incluso ejecuta a opositores, se despejaron, para todos, hasta las más mínimas dudas.
La de la Alta Comisionada fue una visión apocalíptica, aterradora, sobre la brutalidad política de la que es capaz el tirano, pero al cual, la mismísima ONU, le mantiene el trato de "señor Presidente".
Luego de que la Alta Comisionada revelara lo que escuchó durante su visita -porque no pidió ni la dejaron ver la realidad in situ-, la ONU, la entidad creada post Segunda Guerra Mundial para evitar conflictos con costos humanos y materiales, se limita a hacer un llamado "al Gobierno de Venezuela a respetar los derechos humanos en el país". Pocas horas después para ir al empate y consolar en algo a la izquierda, la Alta Comisionada censura severamente el trato de EE.UU. a los inmigrantes en su frontera sur.
El dictador Maduro, al no ser objeto de una acción concreta, continuará asesinando a quienes intenten sacarlo del poder, como ocurrió con el Capitán de Navío, Rafael Acosta Arévalo, arrestado y posteriormente ejecutado por agentes secretos. Con la desfachatez propia de los criminales, el dictador le respondió a Bachelet que "su informe está lleno de mentiras y errores". De ser así ¿por qué casi de inmediato liberó a una veintena de presos políticos?
La ONU tiene a dos de las organizaciones internacionales más relevantes en contra de la dictadura de Venezuela, como la Unión Europa -con su Parlamento- y la Organización de Estados Americanos (OEA). Posee, entonces, un respaldo importante para animarse, alguna vez, a proceder en contra de los asesinos y de quienes dan las órdenes en Venezuela, pero no lo hará por la simple razón de que nunca, en su historia, se ha atrevido a desafiar a la izquierda. El solo hecho de que China y Rusia estén del lado de Maduro esteriliza cualquier intento, si es que lo sueña, del Secretario General, el portugués Antonio Guterres, de pasarlo a la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad.
Hoy, la situación de Venezuela es tan delicada como la interminable guerra civil en Siria y los conatos de enfrentamiento entre Estados Unidos e Irán. Se trata de un Estado fallido, conducido por un dictador semialfabeto, y con apoyo militar sustentado por el narcotráfico internacional.
Si a tan horripilante fotografía se la adiciona la oficialización, por parte de la propia ONU, de que el régimen reprime, persigue, encarcela, asesina y ejecuta a los opositores políticos, resulta una desvergüenza limitarse a denunciar y a no asumir medidas. Para mayor incredulidad y bochorno, el Secretario General, meses atrás, envió ayuda de alimentos e insumos médicos a Caracas para aliviar en algo al Gobierno socialista. Qué desparpajo el de Guterres, quien asume acciones como si se tratase de un país azotado por un sismo.
Por un instante vale la pena situarse en el lugar de un venezolano residente en ese país: sin alimentos, casi sin energía eléctrica, sin libertad, sin empleo, sin atenciones de salud, espiado por la seguridad estatal y con el peligro cotidiano de ser apresado, encarcelado, torturado y luego ejecutado por no querer a Maduro. ¿Acaso es vida esto?
La resistencia de la palabra se la lleva el viento, tal cual le ocurrió a Juan Guaidó con su celebrada y esperanzadora arremetida opositora. Venezuela se halla en el más dramático escenario al que puede enfrentarse una población: la impotencia, el no poder hacer algo. Los amigos de la democracia, ésa sin apellidos, no se atreven a intervenir porque sería "incorrectamente político" y la ONU se limita a su somnolienta diplomacia de los llamados a un acuerdo duradero.
Causa una sensación indescriptible que la encargada de hacer respetar en el mundo los derechos de las personas, reconozca -públicamente- un descomunal atropello a ellos y que, para frenarlo, se limite a rogar por una "reconciliación duradera". ¿Habrá un venezolano que crea que bajo la sombra de un régimen del terror puede alguien reconciliarse?
Es patético el diagnóstico, pero es así: el futuro de Venezuela se percibe más negro ahora que antes de la visita de Bachelet. Previo a ello, el mundo sabía de la existencia de una dictadura, pero ahora conoce a un Estado asesino, y que sigue instalado en el Palacio Miraflores, como si nada.