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EL DIÁLOGO QUE SE LLEVÓ EL FUEGO


VOXPRESS.CL.- Un año y medio han transcurridos desde que el Presidente, recién asumido, anunció que uno de sus pilares de su Gobierno sería poner fin, definitivamente, al creciente terrorismo rural en La Araucanía.

Los empeños por erradicar la subversión extremista en la ruralidad de dicha zona tuvieron un abrupto fin, primero, por la farsa Operación Huracán y, segundo, por la muerte del activista Camilo Catrillanca. Por estos días, toma cuerpo una agenda indígena que, obviamente, incluye un nuevo intento por "buscar por la buena" una salida al oscurísimo túnel construido en la espesa foresta limítrofe de la Octava y Novena Regiones por cédulas ultra, con aportes y entrenamiento extranjeros.

Alentado por una encuesta que concluyó que el 94% de los campesinos mapuches quieren ser propietarios individuales de la tierra que se les devuelva, subordinando, así, el prepotente rol de las comunidades extremistas, privilegiadas con el reparto de predios por parte de la CONADI. Aunque para ello es indispensable reformular la Ley Indígena, a lo cual el progresismo se niega, el Gobierno igual relanzó una nueva ofensiva para empujar el desarrollo y el progreso de La Araucanía. Incluso, en la Cuenta Presidencial se aludió a un proyecto que aglutina a los empresarios forestales y a los loncos representantes de grupos pacíficos, que -dicho sea de paso- son los más. Éstos reaccionaron, advirtiendo que quieren soluciones y no más palabras: tierra propia para trabajar, capacitación, educación y paz social.

Todo, absolutamente todo, es posible de concretar, pero sólo en la medida en que no predomine el progresivo clima de amenazas, acoso y chantaje a que son sometidos los campesinos por los insurgentes dirigidos por la Coordinadora Arauco Malleco (CAM).

Días atrás se cumplieron 30 años desde que, gracias a estrategias políticas occidentales, se inició

el tránsito de China hacia el mercado capitalista: hoy es potencia económica mundial. Chile, en cambio, lleva casi ese mismo tiempo en "pacificar" una zona -sólo eso, una zona- de su territorio dominada por subversivos que pujan por formar su propio Estado soberano a punta de un terrorismo que a nadie deja dormir tranquilo.

Todos los Gobiernos, de centro, izquierda y derecha, han fracasado en sus ofertas para contentar al pueblo mapuche en su reivindicación territorial. Han sucumbido porque los grupos minoritarios terroristas, dirigidos por el comunismo y adiestrados por la ETA en un comienzo y por las FARC más tarde, aspiran a la expulsión inmediata de "nuestras tierras" de "los usurpadores capitalistas". Sus acciones vandálicas, iniciadas en los alrededores agroindustriales de Temuco, se extendieron a las provincias de Arauco y Malleco y, ahora, la ola de violencia se desplegó a la Región de los Lagos.

Provistos de armamento de guerra, condicionan cualquier diálogo al cumplimiento de sus condiciones: los empresarios agrícolas se van en el acto y les ceden sólo a ellos sus tierras, no así al resto de los mapuches. Mientras eso no ocurra, el terrorismo continuará y, más grave, se extenderá.

En sus reiterados anuncios de que "el Gobierno combatirá con toda la fuerza a su alcance al terrorismo, esté donde esté", se cuida mucho de no especificar con especial acento la situación en La Araucanía. Allí el juego político de por medio es gigantesco: los comuneros extremistas se hallan bajo protección de la Alta Comisionada de la ONU, de la Comisión Interamericana de DD.HH (CIDH),

del socialismo internacional, de cuanta ONG de izquierda pulula en el mundo y, naturalmente, del progresismo chileno.

Semanas atrás, la Corte Suprema chilena debió anular, por primera vez en su historias, un fallo por instrucciones de la CIDH, que rechazó la condena, por parte de un tribunal de Angol, en contra de ocho loncos acusados de acciones terroristas. No sólo éste, sino cualquier Gobierno sufre pavor de echarse encima a las organizaciones internacionales que velan por la inmunidad de la izquierda revolucionaria. Es notorio y desalentador comprobar el pánico de las autoridades a declarar estado de excepción en La Araucanía, Bío Bío y Los Lagos, única vía -sí, única- para extirpar el cáncer terrorista, y, así, poder transformar en realidad el desgarrado verso del diálogo. Nadie en el mundo puede sentarse a conversar, cuando uno de los interlocutores tiene un arma sobre la mesa.

El Gobierno, en su candidez, tuvo la buena intención de convocar a una Consulta Indígena, para que cada uno de los mapuches de esas zonas se pronunciase sobre 11 puntos consultados. No pudo terminar el sondeo: los extremitas impidieron su normal realización, atacando y destruyendo mobiliario y equipos computacionales de escuelas y liceos sedes de la votación.

Los peritos en inteligencia de las Fuerzas Armadas saben con precisión donde está cada uno de los terroristas que incendian y saquean, si es que no asesinan. Pero su información no puede hacerse realidad por una motivación de índole política que inhibe al Gobierno.

La "solución", que está a la vuelta de la esquina, es la peor de todas: la defensa por su cuenta de las propias víctimas, tal como lo hizo antes de ser asesinado Werner Luschsinger, que con su fusil alcanzó a herir a Celestino Córdova, proyectil que certificó que fue uno de quienes estuvo en la emboscada nocturna al agricultor y su esposa, en Lumahue (Vilcún), el 2013.

Hace sólo días, estando en su interior, un agricultor de las proximidades de Arauco debió huir del incendio intencional de su casa y en medio de las balas que le dispararon los encapuchados. Poco antes, un empresario que llegó a dialogar con los comuneros que le ocuparon su fundo, fue agredido por éstos y debió retirarse del lugar, por el aviso de carabineros de la presencia de tres francotiradores extremistas, apuntándole.

Resulta espeluznante dar crédito a ello, pero en dicha zona se venció cualquier plazo para el diálogo, porque a éste se lo llevaron las llamas de los incendios intencionales. Tal como lo han advertido y prometido las víctimas, parece haber llegado la hora de que responderán con balas a los ataques y agresiones, un escenario inédito y de lúgubre pronóstico. Sólo hay certeza de que si ello llegara a ocurrir, es vaticinable que los que van a ser enjuiciados serán quienes se defiendan.

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