LA INTOLERANCIA AL SACRIFICIO

VOXPRESS.CL.- Fue un cura español que llegó desde su Cataluña natal a Santiago en 1964, quien en una de sus homilías -antes de su muerte, en febrero de 2018-, quien dijo que "la juventud de hoy no quiere nada, ni estudiar, ni trabajar. Quieren lo fácil y lo rápido".
Juan Bagá (QEPD) fue un sacerdote que desde su llegada al país, con 24 años, se integró a comunidades universitarias, transformándose en orientador y consejero. En su época fue criticado por su "onda revolucionaria", de tal modo que su categórico juicio expresado desde un púlpito poco antes de su fallecimiento, no puede interpretarse como un desconocimiento o una ignorancia acerca del mundo joven.
El cura Bagá conoció en detalles a los universitarios de su época, porque su convivencia con ellos fue tan intensa que se convirtió en un referente. Su reflexión calza con las repercusiones que tuvo en el ámbito educativo una huelga/protesta de los alumnos de Arquitectura de la Universidad de Chile en contra de las exigencias académicas. Entre otras causales, adujeron que carecen de tiempo para dormir y comer por culpa de las demandas de los talleres. Algunos revelaron tener depresión y una estudiante confesó intenciones de suicidarse….
En el país son 33 las universidades reconocidas por el Estado que imparten la carrera de Arquitectura y los alumnos de ninguna de ellas se acopló, solidarizó o justificó la protesta de los estudiantes de la U. de Chile, menos aún cuando se informaron que desde el 2016 se redujeron en un 10% las horas de docencia. Además, por reglamento, existe un período en que se prohíbe el pedido de trabajos.
La carga académica, en sí, nunca ha sido un factor de protesta que conduzca a una movilización, porque todo quien ingresa a una carrera 'pesada' conoce previamente los niveles de exigencia. Pasan los años y los estudiantes de Medicina Ingeniería Civil, Odontología y Astronomía -por citar a algunas carreras- siguen estando conscientes de que dispondrán de pocas horas libres para la diversión.
Tras esta protesta, hubo quienes, impúdicamente, consideraron "razonable" que los universitarios dispongan de horas "para el carrete", una postura irresponsable y lúdica que refleja el sentimiento de quienes equivocadamente asumen su condición de estudiantes.
Por siglos, las universidades han constituido un difícil trayecto hacia un título profesional, y, por ende, siempre, y no sólo ahora, demandan esfuerzo y sacrificio. Quien prioriza la dedicación al estudio y a la ejecución de los encargos académicos tiene una mejor proyección que el resto.
El punto de inflexión está fuera de las aulas, y ello lo reflejan las permanente quejas de los académicos en cuanto a que reciben un material humano con déficit. "Llegan muy mal preparados" reclaman.
Por la diversificación de las ofertas de la educación superior -y con el respeto debido-, hoy cualquiera 'queda' en uno de los innumerables planteles, incluso con puntajes que con los antiguos sistemas de selección hubiese sido imposible su ingreso.
Las aptitudes hoy las mide un sistema computacional y se desprecian, por razones económicas, las indispensables 'pruebas de admisión' de antaño, que evaluaban las competencias mínimas para una carrera específica.
A ello, hay que añadir que un 50% de los alumnos que ingresan al sistema universitario proviene de la educación particular subvencionada y de establecimientos municipalizados que, por lo general, carecen de un estándar pedagógico de calidad.
Como lo aducen los académicos, al acceder a las universidades con una precaria preparación en la educación media, los jóvenes se enfrentan a dificultades muy superiores a las que conocieron, originándoles estados de frustración y decepción. Una injerencia determinante en este resultado lo tiene la gratuidad, ya que ésta obliga a los alumnos a no retrasarse en la carrera para no verse en la obligación de pagar un 50% de la mensualidad.
Por un interés más financiero que social, las universidades, estatales y privadas, han aumentado sus cupos de admisión y bajado los puntajes de corte, lo que contribuye a la masificación de las matrículas.
La existencia de casi 4 millones de chilenos mayores de 18 años que no han completado su educación media y el alto índice de deserción en el primer año de universidad -un 12%-, reflejan que el problema no está en el estrés por exigencias académicas. La raíz es más profunda y tiene que ver con la composición humana del chileno actual, y muy especialmente de su juventud.