EL MÉRITO JAMÁS HA SIDO DISCRIMINATORIO

VOXPRESS.CL.- El mérito es un merecimiento y sugiere imparcialidad y objetividad. Sin embargo, la desvalorizada sociedad de hoy no lo entiende así, y ello lo refleja con crudeza Francoise de la Rochefolcauld: "el mundo recompensa antes las apariencias de mérito que al mérito mismo.”
Guste o no, éste fue el corazón de la Ley de Inclusión que se aprobó durante el Gobierno socialista y que, ahora, con la firma del proyecto respectivo, la actual administración aspira a corregir, puntualmente en el ítem referente a la admisión escolar.
Pruebas al canto: los llamados liceos de excelencia o bicentenario tuvieron una fuerte alza en el rendimiento en la PSU, en tanto los 'emblemáticos' bajaron sus puntajes. Causa fundamental de este desnivel es la Ley de Inclusión de Bachelet, en la que se limitó el número de alumnos que dichos establecimientos pueden seleccionar. Esto es, junto con el trigo se introduce la paja, materializándose, así, una injusticia: no pueden acceder a los mejores colegios públicos todos los escolares de básica que tienen méritos para ello y, en cambio, lo hacen, para satisfacer la inclusión, quienes no los tienen.
La ley en vigencia establece que los liceos de alta exigencia, reconocidos así por el MINEDUC, pueden seleccionar sólo hasta un 30% de sus postulantes de séptimo básico. El 70% restante lo hace en forma aleatoria para satisfacer las normas sobre inclusión.
Esta arbitrariedad es la que impide el desarrollo de la tan ansiada e inexistente calidad en la educación, ello consecuencia del concepto socialista que prevalece en el espíritu de la actual norma.
Por ignorancia o por servilismo político, los parlamentarios que aprobaron la ley confundieron figuras tan disímiles como la oportunidad y la capacidad personal. Todo escolar, del espectro social que sea, tiene el derecho a disponer de una oportunidad -aunque una- para estudiar, pero no puede recibir el beneficio artificial de acceder al mejor de los colegios. Eso no es inclusión, sino una arbitrariedad.
Un individuo inteligente es capaz de aprovechar la única oportunidad que se le presenta en su vida, en cambio el desidioso puede dejar pasar una, cinco y hasta veinte de ellas.
Desde esta perspectiva, a lo que se obliga un Estado es a dar la misma oportunidad a todos, la de estudiar, pero es imposible que tenga la potestad de distinguir las aptitudes y habilidades de cada cual.
La idea del MINEDUC con su proyecto es que los liceos de excelencia, cumpliendo niveles de calidad, puedan seleccionar hasta el 100% de sus postulantes con procedimientos propios, como, por ejemplo, las notas, algún tipo de ranking o pruebas de conocimientos o de aptitudes.
La iniciativa gubernamental, como era de esperar, fue recibida con artillería pesada por la oposición, la que, con poco disimulo, rehúsa modificar una ley fraguada en el contexto de una mayoría izquierdista y que, en lo esencial, endereza la torcida concepción de igualdad de que hizo gala Bachelet.
Es la naturaleza la que le regala o le quita atributos y competencias a un individuo. Al menos en lo referente a lo educacional, una de las más asombrosas imbecilidades escuchadas salieron de la boca del ex ministro del ramo, Nicolás Eyzaguirre, cuando dijo que para "igualarlos a todos" hay que "quitar los patines a los ricos y pasárselos a los pobres".
Nadie, con un índice básico de inteligencia, puede comparar el mérito personal -una capacidad inherente al individuo- con la inclusión social, que es una ayuda artificial para mejorar la situación de una persona.
La implementación de este Sistema de Admisión Escolar (SAE) en la Ley de Inclusión ha permitido detectar muchos casos de alumnos que habiéndose esforzado durante toda su etapa escolar para ingresar al liceo que han deseado toda su vida, se les cierran las puertas. Sus merecimientos válidamente ganados no le sirvieron.
Tiene razón la ministra Marcela Cubillos cuando dice que "es injusto no reconocer el mérito y, peor aún, cuando se da una señal equivocada. Hay mucho esfuerzo personal, familiar y docente en cada estudiante con buenos rendimientos académicos".
El mecanismo vigente del SAE es cruel y atenta contra la calidad de la que tanto se habla, pero lo más grave es que configura un atropello al mérito. Si los liceos de excelencia limitan su porcentaje de admisión por selección (30%) y el número de postulantes con méritos es superior, se genera un crimen al mérito.
Chile no tendrá jamás la posibilidad de acceder a una educación de calidad, demandada en las calles irónicamente por los peores estudiantes, acaso no se corrige el sistema de postulaciones. Ello no se advierte simple de materializar por la gravitante presencia en el Parlamento de quienes defienden "la obra de Bachelet".
La selección es un proceso natural que los humanos la viven y experimentan en todas sus etapas de la vida, y ella opera exclusivamente sobre la base de los méritos. En básica, media y superior, los rendimientos no son todos iguales y nadie entendería que un docente establezca una calificación idéntica a todos. La inclusión, que nada tiene que ver con los merecimientos, es una conducta artificiosa para darle un mejor estándar a un individuo, y, claro, ello sí se puede consignar en un papel, en una ley.
Los mismos que la rechazan pasan por alto que la PSU es una selección y que la principal universidad estatal recibe sólo a alumnos con mejores rendimientos en sus colegios, o sea, aquéllos que en educación media hicieron méritos para ingresar a ella.
No deja de ser relevante que familias y apoderados están a favor de la selección y así lo reflejan las encuestas. La ciudadanía desprecia y condena el amiguismo, el apitutamiento y el nepotismo y ansía que quien aspire a triunfar, en cualquier ámbito, sea por méritos y menos por el sorteo en una tómbola para estudiar en un liceo de calidad.
La selección jamás ha sido discriminatoria ni arbitraria, sino la coronación al mérito. Quienes automáticamente se oponen al proyecto del Gobierno no están en el Congreso Nacional por un proceso selectivo, sino por uno de elección, y la masa, como no discierne, escoge a cualquiera, ignorante, incapaz e inepto, y de ahí su abismante imposibilidad de distinguir entre el trigo y la paja.