UN RETOQUE COSMÉTICO AL GABINETE

VOXPRESS.CL.- Todo lo que huela a conflicto en un Gobierno atrae más que una luz a las polillas. Hace semanas que al Presidente le 'venían toreando' para que sacara de su Gabinete a dos ministros 'metedores de patas', Gerardo Varela y Emilio Santelices, dúo al cual se había unido, recientemente, el de Economía, José Ramón Valente, por llamar a sus compatriotas a invertir en el extranjero…
Todos creyeron que dichos tropiezos verbales se habían zanjados, luego de que el Mandatario se reunió con ellos para reprenderlos y advertirles que el único que 'la lleva' en el Ejecutivo es él. Tras los comentados episodios, públicamente Sebastián Piñera pareció haberlos superado, al asegurar que "fueron anécdotas que quedaron en el pasado".
Por años, en los Gobiernos de turno se han dicho y escuchado muchas barbaridades, partiendo por los propios Presidentes, de tal modo que si hubiera que dejar los cargos por hablar más de la cuenta, Chile no tendría autoridades. De ahí que resulta simplista atribuir a una torpe genialidad la pérdida de un cargo, como se ha hecho ver en el caso de Varela y su bingo educacional.
El mismo Presidente y su ministro de Justicia, Hernán Larraín, se tendrían que haber auto destituidos por felicitar pública y mundialmente a Michelle Bachelet por su nombramiento como Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, justo en momentos en que ella hacía pedazos el manejo económico del Gobierno.
No hay que buscar por ahí el motivo de este toque cosmético al Gabinete, que no fue más que eso. Se equivoca quien hurga en causas profundas o ve en las modificaciones ministeriales algún signo que modifique el andar del Gobierno. Nada de eso. Fue una señal sí, pero del Presidente para notificar a su entorno que gusta trabajar con gente próxima a él, ojalá amistades, por sobre 'recomendados' o productos del cuoteo político.
Trabajar con Sebastián Piñera nunca le ha sido fácil a nadie. Nacido para imponer su voluntad a cualquier precio, delega poco o nada y trata, en lo posible, de controlarlo todo, ello a un ritmo casi endemoniado muy difícil de seguir.
En su primera presidencia, Sebastián Piñera modificó el Gabinete recién a los diez meses, en tanto ahora lo hizo a los cinco El record lo continúa teniendo Bachelet, cuando sacó de Interior a Andrés Zaldívar a los 30 días de haber asumido.
Hoy, Piñera teme al riesgo de dilapidar el buen ambiente que originó su elección, porque el país no avanza al ritmo acelerado que él quisiera; incluso en delincuencia y desempleo, los números negativos crecieron. En su angustia, exigió a sus ministros que apurasen el tranco, los instó a salir de sus oficinas e instalarse en terreno "para que la gente compruebe el trabajo que estamos haciendo". Puso énfasis en que "hay un problema comunicacional".
Este retoque cosmético obedece a que "se apestó" porque cuestiones menores ("tonterías" las llama) se sobrepusieron a temas sustanciales de su agenda y, en particular, porque los protagonistas no fueron ministros de su entorno más cercano. Emilio Santelices (Salud) se salvó porque trabajó con Piñera en la sociedad CLC, en cambio Gerardo Varela no fue nunca de su corral. Llegó al Gabinete por ser un abogado estudioso y especializado en educación que, por esta materia, integró el equipo de 'Levantemos Chile' del extinto Felipe Cubillos.
La destituida ministra de la Cultura, la periodista Alejandra Pérez Lecaros, ha hecho toda su vida profesional al alero de René Cortázar (DC) y éste la impulsó a la Dirección Ejecutiva de canal 13, cargo del cual la sacó Andrónico Luksic por las pérdidas financieras de la estación y que lo obligaron a una capitalización, a un despido masivo de funcionarios y a la externalización de muchas operaciones.
Sin dominio de lo que es el Ministerio de la Cultura, la ex ministra contrató a cinco jefes de gabinete, uno para cada área del gigantesca espacio de la Cartera. De entrada generó un conflicto con el Museo Histórico, al ordenar, al segundo día, el cierre de una exposición itinerante por incluir una foto de Augusto Pinochet. El senador Francisco Chahuán (RN) la trató de la peor manera, porque una de las primeras decisión de la ex ministra fue sacar de su puesto a un pariente del parlamentario.
Quien reemplaza a Pérez en Cultura es Mauricio Rojas, ex miembro del MIR, exiliado en 1973 y ex diputado sueco. Es el segundo ministro converso del Gabinete, sumándose a Roberto Ampuero (RR.EE.) ex comunista y combatiente guerrillero cubano.
Rojas, de gran confianza con el Presidente, era jefe de contenidos y programas de La Moneda y, como tal, autor o revisor de los discursos oficiales. De profesión historiador, se define como "escritor", pero siendo más político que literato, el Presidente confía en que se maneje bien en el heterogéneo pero mayoritariamente progresista mundo de la cultura y las artes.
En cuanto a Educación, quien sustituye a Varela es Marcela Cubillos, que viene desde Medio Ambiente, donde le dejó su sillón a Carolina Schmid, ingeniera comercial que fue gerente de revista Capital, Calaf y de la Corporación Musical de Frutillar. Ella, esposa de un gran amigo de Piñera y su partner en tenis, Gonzalo Molina, fue ministra de la Mujer en el primer período.
Educación es un buque tan inmenso que, hace años, apenas flota en aguas muy turbulentas y cuya navegación no depende exclusivamente de quien ocupe circunstancialmente el escritorio ministerial. De hecho, muchos conocedores a fondo del área no han podido llegar a puerto.
La ex diputada UDI es la esposa de Andrés Allamand (RN), amigo y confidente del Mandatario. Desde su primer Gobierno, Piñera aspira a que éste sea su sucesor, para lo cual el senador ya está trabajando: acaba de culminar una gira terrestre por el norte, proclamando las virtudes y beneficios de este Gobierno.
Según Piñera, la estrategia de designar a una mujer en Educación podría a ayudar a atenuar la odiosidad política de los movimientos feministas de escolares y universitarias, que situaron a Varela como centro de sus ataques.
La conclusión de este retoque cosmético, algo intrascendente, es simple: la reafirmación del carácter personalista del Presidente y de su intransable obsesión por trabajar con sus amistades.