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EN LOS ZAPATOS DEL OTRO


VOXPRESS.CL.- "Si quieres saber quién realmente soy, ponte mis zapatos y con ellos recorre mi vida", dice un proverbio tan cierto como antiguo. Acá en Chile se redujo y sintetizó en "ponte mis zapatos" en un sinónimo de "ponte en mi lugar".

Ambas reflexiones encajan con simetría ahora que se vienen días de potente debate y fuertes controversias por la discusión parlamentaria de dos proyectos que no fueron, ni son, prioridad para este Gobierno, pero sobre los cuales no le quedó más alternativa que montarse en ellos y galopar: el de Identidad de Género y el de Eutanasia.

Sobre el particular -y refuerza el comentario anterior-, siendo candidato presidencial, Sebastián Piñera manifestó que "no se puede ir por la vida cambiando de sexo, como quien se muda de camisa; ¿y si después se arrepiente?". Terminó patrocinando el proyecto.

El debate sobre los transgénero subió de tono y copó abruptamente la agenda, luego de la fama alcanzada por Daniela Vega, un transexual cuyo filme (chileno) obtuvo un Óscar de la Academia de Hollywood. Ella alegó que, legalmente, continúa figurando como varón en los documentos oficiales.

Lo primero que aborda la iniciativa es el cambio registral, esto es, que la documentación oficial del portador -cédula y pasaporte- consigne su rol actual en la sociedad y no se rija por el sexo con que nació. Una segunda fase hace alusión a una intervención quirúrgica para el cambio de los órganos genitales.

El otro proyecto, que ya está causando estragos internos en algunos partidos, es el que fuera presentado hace cuatro años por el diputado liberal Vlado Mirosevic. En todo ese lapso, careció de atención alguna. Conocido, también, como el de la Muerte Digna, fue aprobado en la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados con votos RN y DC.

Al reactivarlo, el parlamentario adujo que la realidad de la salud en Chile lo hace necesario, pues existen innumerables experiencias de enfermedades catastróficas irremediables que, igual, terminan con la vida del paciente sin haber atenuado su padecimiento y, para más gravedad, con toda su familia en la ruina.

Ambos escenarios, ni siquiera pensables hace un par de décadas, llegaron a la superficie elevados por una incontrolable ola de cambios sociales (en el mundo) que, dada su avasalladora evolución y magnitud, no parecen tener vuelta atrás.

Hay que distinguir categóricamente el transgénero del homosexual y, por lo mismo, es imprescindible separar aguas a la hora del debate. Aquél es un ser que nació con el sexo equivocado y que por imposiciones sociales, incluso paternales, tiene que actuar contra las sensaciones de su organismo, de su desarrollo hormonal, de sus emociones y de lo que representa su estructura corporal, escondida bajo un ropaje que no le corresponde.

Es alto el nivel de transgénero, especialmente niños y jóvenes, que se suicidan por no soportar la teatralización de sus vidas. Muchos de sus testimonios son desgarradores y su existencia es un infierno, al igual que para su entorno.

En cuanto a la eutanasia, hay quienes se oponen férreamente a ella por considerarla un "suicidio legal". No obstante, al igual que el transgénero, se trata de vivencias excepcionales, que requieren visiones excepcionales.

La eutanasia es el deseo expreso y `por escrito de un paciente irrecuperable de terminar con su vida, en el convencimiento de que no hay cura para su mal, que no soporta el dolor físico, que es dependiente y que la mantención artificial de su existencia conducirá a un desastre económico de su entorno.

Este escenario no es frecuente entre enfermos terminales, según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), "porque hasta el peor de los diagnosticados cree en un milagro o en el inesperado surgimiento de un medicamento que puede salvarlo".

Se equivoca quien crea que, de transformarse en ley este proyecto, todos los enfermos terminales solicitarán la inyección letal. Incluso, la asistencia respiratoria artificial es un recurso que no ha disminuido en los enfermos terminales.

En el debate, ya se ha comparado, incorrectamente, la eutanasia con el aborto. Existe una diferencia abismal: en aquélla se trata de una decisión sobre sí mismo, en cambio en la interrupción voluntaria del embarazo se pone fin a otro ser humano.

Antes de encarar una discusión apasionada sobre ambos temas, bien vale la pena hacer un ejercicio mental: ponerse en los zapatos del otro e imaginarse sus sentimientos, su desesperanza y sus dolores.

Las dos son responsabilidad de la ciencia, y es ésta la que debe decidir llegado el momento. En el caso del transgénero, su cambio de sexo, y en el de la eutanasia, ayudar en un trance que ella misma, la ciencia, fue incapaz de evitar.

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