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EL PASTOR QUE MALTRATA A SUS OVEJAS


VOXPRESS.CL.- La referencia a "las ovejas maltratadas" no apunta a los 34 obispos chilenos que viajaron hasta el Vaticano para ser obligados a rezar, imponerse por escrito de sus errores y ser calificados de la peor manera por su jefe, Jorge Bergoglio.

Las "ovejas", en este episodio en particular, son los millones de fieles católicos chilenos que, con desconcierto y estupor, fueron inmerecidamente involucrados en una focalizada condena ---y justificable--

a los miembros de la Conferencia Episcopal acusados de abuso sexual.

Al aludir en descalificadores términos a "la Iglesia chilena", en términos tan generales, Bergoglio humilló a todo su conjunto, a inocentes curas, a voluntarios, a diáconos, a fundaciones, a congregaciones, a colegios y a miles de comunidades que viven en la sustentabilidad de su fe.

Por el desenlace que tuvo este mediático encuentro en Roma, pudo evitarse el triste peregrinaje de los obispos, expuestos a la morbosa curiosidad mundial. El encuentro concluyó con la reafirmación de la carta que les envió en abril, citándolos al Vaticano, aunque esta vez con más dureza.

Por la antigüedad de esta institución es respetable el manejo de la verticalidad y de las jerarquías, pero resultó inmisericorde el trato que ellos recibieron, como si se tratase de alumnos porros.

Esta vergonzante reconvención orbe et urbi pudo haberla hecha Bergoglio de un modo más recatado, menos bombástica, y sin el show que montó "para que el castigo sea observado como ejemplo para todos los demás".

Si el diagnóstico que Bergoglio hizo en su carta en abril fue lapidario para la jerarquía eclesial chilena, el documento final con que cerró las reuniones engloba a toda la Iglesia, de cardenal a paje, al denunciar que "el sistema es el malo".

En palabras simples, considera que toda la Iglesia local, en su conjunto, es un desastre y tendrá que reinventarse y partir de cero. ¿Realmente cree Bergoglio que se halla entera podrida? Ésta es una masiva conjunción de católicos que trabajan anónimamente unidos por su fe, a través de innumerables instancias espirituales, sociales y educacionales, mucho más relevantes que un puñado de sacerdotes desviados.

El que la Iglesia chilena "deba reponer la justicia" y "reparar los daños" no puede incluir a todos, sino sólo a los autores y corresponsables de conductas impropias. Bergoglio es injusto y arbitrario: su conclusión debió ser acotada y no generalizada.

Su pendular carácter y su egocentrismo fueron caldo de cultivo para que tomase revancha de su decepcionante visita a Santiago, Temuco e Iquique, que no prendió, precisamente, por tratarse de él, un fantoche.

En Perú hay constancias de conductas impropias similares a las de Chile, incluso peores, porque uno de sus protagonistas huyó al extranjero. También Bergoglio hizo referencia a ellas en su visita a dicho país, pero no se molestó en citar al Vaticano a sus obispos.

A los chilenos, en cambio, los obligó a orar, a meditar sobre sus malas obras, los acusó de tratar de salvarse de a uno y los hizo que le pidieran perdón. ¿De quién hablamos, del Jefe de la Iglesia o de un dictadorcillo?

Su documento final es una ofensa gratuita a los anónimos sacerdotes fieles a sus votos y que cumplen ejemplarmente su ministerio. Su rabia es explicable, pero sólo restringida a quienes participaron directa o indirectamente en el caso Karadima y contra quienes, en una acción delictual, hasta quemaron pruebas y evidencias.

Nunca pareció estar previsto que en la misma cita vaticana se resolvieran de inmediato las dimisiones. Ello quedó momentáneamente en suspenso, aunque es un hecho de la causa que los descabezamientos vienen, luego de que Bergoglio dijera que "las renuncias no son suficientes" para reordenar a la Iglesia chilena.

Aunque hay ciertas certezas sobre los cambios 'a corto plazo', habrá otros a mediano y se calcula que terminará siendo renovado, al menos, el 50% de la jerarquía eclesiástica. Logró Bergoglio un hecho inédito en la historia de la Iglesia Católica: la renuncia colectiva de todos los obispos de un país.

Los embates a la conducta de algunos miembros de la Conferencia Episcopal, obligaron a un tipo de solidaridad entre los obispos: para impedir el sacrificio in situ de varios, todos optaron por dejarle a Bergoglio sus renuncias firmadas. Ello fue mal interpretado por interesados vaticanistas, al proclamar el "descabezamiento total" de la Iglesia chilena. No es así.

Es un procedimiento habitual en la jerarquías de todas las corporaciones: se deja en libertad de acción a la autoridad para que decida. Muchos gabinetes ministeriales han renunciado en bloque para permitir a los Presidentes aceptar y/o rechazar las dimisiones que estime pertinentes.

El punto de inflexión es que, incluso yéndose los que actuaron mal, la realidad de la Iglesia, para Bergoglio, es desastrosa: pidió que "vuelva a Cristo", como si estuviese sumida en el oscurantismo pagano.

Esta institución, al menos en Chile, la componen muchos más laicos que consagrados, y jamás ---excepto un grupo, fundamentalmente de la diversidad sexual-- se declararon en rebeldía por la ocurrencia de abusos. De ahí el desconcierto de la feligresía que no termina de comprender esta condena generalizada por parte de Bergoglio.

Al contrario, debería estar agradecido, y hasta orgulloso, de la actitud prudente, observadora y espiritual con que han reaccionado las comunidades católicas.

El rebaño no lo constituye el escalafón eclesial, sino la cadena de fieles que se mantienen aferrados a su fe. A éstos, injustamente, Bergoglio ha involucrado en un escándalo que él mismo, con sus contradicciones y su afán figurativo, hizo que escalara casi a nivel mundial, mediante un show que un buen Pastor hubiese evitado.

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