CAUSAS DEL TERREMOTO EN LA IGLESIA

VOXPRESS.CL.- Una rogativa generalizada en las parroquias del país originó la bomba que Jorge Bergoglio dejó caer sobre la jerarquía eclesiástica chilena, al citar al Vaticano a todos los obispos que, según él, lo hicieron caer en errores que lo obligaron a pedir perdón a los denunciantes de Karadima.
La última asamblea de la Conferencia Episcopal, en Punta de Tralca, estuvo marcada por el sombrío futuro que acecha al primer escalón eclesiástico, no descartándose remociones y solicitudes de renuncias por parte del Vaticano.
En estos ruegos desde los púlpitos se pidió orar por la "crisis espiritual" por la que atraviesa la Iglesia chilena. Sin embargo, categóricamente no es así.
No se sabe de fieles que, al tanto del desmadre de Bergoglio y del pánico de los obispos, hayan optado por mandarse cambiar y renunciar a su fe. Lo que está viviendo la jerarquía del clero local es una crisis de confianza y de conducción, la que tiene tres aristas bien definidas:
1.- La desconfianza de la feligresía parte por el hermetismo de la Iglesia chilena de hablar con franqueza y valentía sobre la ingerencia de sacerdotes con desviaciones que permanecen en su interior. Además de que no constituye un secreto, las evidencias son las mejores pruebas de esta realidad, como el libro 'El Huerto de los Corderos', todo un best seller por estos días, escrito por un gay capitalino que estudió en el Seminario: hoy es teólogo y académico.
Esta desconfianza de la feligresía se incrementó por la inaudita voltereta de Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago, cardenal y el más influyente en la Iglesia local. Tras años de un cómplice silencio sobre las repercusiones del caso Karadima, sólo ahora, oportunistamente, asegura que "sin duda, el obispo Juan Barros debe dar un paso al costado"…;
2.- La desconfianza por el pésimo manejo de la jerarquía en el caso específico de Fernando Karadima, y si bien éste fue condenado al destierro en el ejercicio sacerdotal, las malas decisiones son las que mantienen a la Iglesia local en la cresta de la ola, en cuanto a cuestionamientos, ataques y censuras; y
3.- La desconfianza en Jorge Bergoglio: ya era evidente por parte de los chilenos antes de su viaje, aumentó tras su inútil y desastrosa visita y, ahora, se desbordó por su inusual estilo para hacer trizas a la jerarquía del clero local, despreciando con arrogancia a la histórica diplomacia vaticana.
El primer factor de desconfianza, el de la feligresía, no tiene que ver, específicamente, con la presencia de la homosexualidad al interior de la Iglesia. Los sacerdotes son como los aviones: hay millones volando, pero sólo son noticia los que caen.
Duele, por ello, que heterosexuales que, al límite de las tentaciones, respetan sus votos consagrados, pasen a ser sospechosos por culpa de una minoría que ha existido en la Iglesia desde su fundación. Así como en el siglo XX fue infiltrada por el comunismo, hace dos mil años que lo fue por el homosexualismo, por lo que ello no constituye novedad ni menos motivo de una crisis espiritual.
Lo que desconcierta a los fieles es el deplorable manejo del caso Karadima, el cual derivó en que la Iglesia, una institución poderosísima, haya sido doblegada por un trío que, nadie, ni la Justicia, sabe qué exigió en su momento y a puertas cerradas, demanda que, está claro, no fue satisfecha.
No deja de ser revelador que uno de ellos, después de los acosos, ya casado, con esposa e hijos continuó invitando a su casa al defenestrado párroco.
El homosexualismo ha irrumpido con una tremenda fuerza en el país y los suyos han copado lugares estratégicos en populares y difundidos programas de televisión. Se les respeta y se les pavimenta el camino con legislaciones exclusivas, pero su propia y especial naturaleza los lleva a ser tan dominantes como intolerantes.
Un vocero de 'Los laicos de Osorno', incansables persecutores del 'cómplice' Juan Barros, y también homosexual, declaró que "nos sentimos insatisfechos con las medidas tomadas por el Papa"…Éste invitó al hotel del Vaticano a los tres denunciantes de Karadima para ofrecerles sus disculpas.
Es explicable que exista desconfianza de la feligresía en los responsables de conducir los destinos de la Iglesia chilena, por haber sido incapaces de neutralizar que una minoría --porque el homosexualismo aún lo es-- haya puesto de rodillas y tenga por los suelos a una institución tan antigua y espiritualmente fuerte.
Respecto a la conducción de la jerarquía en el caso Karadima, las denuncias contra el ex párroco debieron ser atenderlas y aplacadas de inmediato, tal cual ha ocurrido en otros casos similares.
En este episodio en particular, la jerarquía cometió dos errores: protegió al acusado, a raíz de su estatus dentro y fuera del clero, y no reveló en detalles los pormenores de los jugueteos entre el cura y sus posteriores acusadores. Éstos, siendo más que adolescentes, jamás confesaron haber rehuido los acosos.
La jerarquía tuvo elementos para pasar al contraataque y no lo hizo, con las consecuencias que todo el país conoce.
En referencia a la conducta de Bergoglio, hasta en las penitencias más duras un Pastor de la Iglesia es misericordioso. Pero en este caso, el Papa actuó visceralmente y 'picado', como el peor hincha del fútbol, situándose en el polo opuesto al de un líder espiritual y jefe del Estado Vaticano.
Bergoglio es un individuo de conductas peculiares y no hay que olvidar que lo sacaron de una diócesis en Buenos Aires, enviándolo a provincia, por estar involucrado en una jugada política que, según él, lo iba a catapultar al Nobel de la Paz.
Se indignó porque, de regreso desde Chile, debió morderse la lengua por darle su respaldo a Juan Barros, lo que le fue enrostrado por el arzobispo de Boston, Sean O'Malley. Envió a Santiago a un cardenal detective, Charles Scicluna, quien le confirmó que había sido intencionalmente mal informado.
Desahogó su enojo con esta carta/perdón, en la que acusa públicamente a la Iglesia chilena de haberlo engañado y cita a sus obispos al Vaticano.
Independiente de que los obispos no fueron veraces con él, las informaciones al Vaticano las hicieron llegar privadamente, vía Nunciatura, como era de esperar que fueran sus recriminaciones.
Quienes validaron los antecedentes enviados desde Santiago fueron sus asesores cercanos y de confianza en el Vaticano, pero nada se sabe acaso ellos también serán objeto de sanciones, como, se supone, las sufrirán algunos obispos chilenos. Esta conducta de Bergoglio se alinea con antecedentes que maneja la Compañía de Jesús local, respecto a que él sí estaba plenamente informado y en detalles, lo que, ahora, acrecienta la desconfianza general hacia su persona.
Jorge Bergoglio es tan pintorescamente atípico como Papa que, con frecuencia, parece olvidarse de que es Papa, como cuando cometió sacrilegio, al recibir de regalo un Jesús crucificado sobre la hoz y el martillo.