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LUZ ROJA ACÁ, LUZ VERDE AFUERA


VOXPRESS.CL.- Verónica Michelle Bachelet Jeria (29,10, 1951), literalmente, volvió a su hogar de La Reina alta después de la ceremonia en el Congreso Pleno en que entregó la banda presidencial a Sebastián Piñera, pero ello no significa que 'se fue para la casa'.

La ahora ex Presidenta se sabe adornada con más estrellas que muchos otros de su esfera y no se ve guaguateando con sus nietos ni concentrada en algún tejido.

Con dos períodos presidenciales a cuesta, no logró ser lo que nunca fue: una política. Forjada en el crisol de un militar/político, su padre Alberto, general de la FACh, y de una activista muy cercana al PC, Ángela Jeria, desde jovencita supo cuál sería su destino ideológico: apenas ingresó a la universidad a estudiar Medicina, se inscribió en el PS.

Pero jamás fue una líder de la causa --mantener en el poder a la tambaleante UP--, sino más bien una colaboracionista. Tras la caída del régimen marxista, fue detenida pero no torturada y con su madre se fueron al exilio a la dictadura comunista de Henrich Hönecker, en Alemania del Este.

Regresó a Chile en 1979, con el Gobierno Militar agonizante y, aprovechando sus estudios de medicina, fue ayudista en casas de seguridad del Frente Manuel Rodríguez.

Poco conocida y de bajo perfil entre sus pares del extremismo, Michelle Bachelet saltó a la fama en el Gobierno de Ricardo Lagos (2000), cuando éste la designó titular del Ministerio de Salud para que "termine con las filas de espera". Después, sin imaginarse lo que vendría, el Presidente la nombró a cargo de Defensa (2002): se subió a una tanqueta y recorrió poblaciones inundadas. Fue un flechazo con la ciudadanía, la que infló su popularidad, al extremo de que nadie la pudo parar hasta que llegó a La Moneda (2006).

Con ello marcó un hito: la primera mujer en la historia de Chile en llegar a la Presidencia; después sería también la primera en ocupar la presidencia pro tempore de UNASUR y, tras abandonar La Moneda (2010), fue la primera en desempeñar un cargo no sectorial en la ONU: Secretaria General de la Mujer. Ahora, a dos meses de expirar su segundo período, aceptó un cargo en la Organización Panamericana de la Salud (OPS), relacionado con la atención primaria..

Bachelet ---por decisión de Lagos-- irrumpió como figura femenina de la política justo cuando la ONU buscaba categorizar y potenciar internacionalmente a las mujeres. Su escasa conflictividad, al revés de algunas colegas suyas, le despejaron el camino.

Luego del estallido del escándalo Caval, además de meditar, incluso, su renuncia, Bachelet anunció que "jamás volveré a aspirar a un cargo público", no obstante, de hecho, aceptó este en la OPS.

Su primer mandato, pese a que sufrió los impactos del lanzamiento del Transantiago, de la 'revolución pingüina', de la crisis subprime y de la demanda marítima peruana, lo terminó con una aprobación de un 52%. Ni la aparición de los primeros botones de corrupción lograron dañarla.

La adhesión popular fue su gran aval para, posteriormente, transformarse en la candidata salvadora de la Nueva Mayoría el 2013.

Convencida, erróneamente, de que ser la única alternativa para reinstalar al socialismo en el poder le daba el derecho a imponer sus caprichos, se precipitó prematuramente al abismo. Su afición protectora de amigos y parientes, fue el comienzo de su desprestigio: se la jugó con descaro por ministros y funcionarios corruptos y 'apitutó' a muchos de sus compinches.

A poco de irse propuso como secretaria ejecutiva de la Organización Iberoamericana de la Educación a su amiga del alma Estela Ortiz, quien, ridículamente, tendría que ser ratificada por el nuevo Presidente. Negociaciones reservadas del Gobierno entrante con la Cancillería lograron echar abajo la postulación.

Más grave aún, a sólo horas de dejar el poder, intervino maliciosamente para designar como notario a un mediocre ex fiscal que, al investigar en sus inicios el caso Caval, partió exculpando y dejando fuera de toda responsabilidad a su hijo Sebastián Dávalos.

Carente de olfato y 'muñeca' política, se fue hundiendo sin posibilidad de reflotar. A ello hay que sumar el distanciamiento de sus partidos ---salvo el PC--, lo que fracturó la gobernabilidad y limitó la toma de decisiones sólo a su entorno más íntimo. Ésta, su segunda administración, terminó con una aprobación que nunca pudo revertir: siempre abajo del 40%.

Bachelet se fue de La Moneda, al menos esta vez, con una carga negativa que deja muy malos recuerdos entre los chilenos. El respaldo al escándalo judicial de su nuera --que la tumbó de entrada--, su solidaridad con extremistas mapuches, su complicidad silenciosa con el alto mando de Carabineros y la reciente caricatura de enviar proyectos de ley 36 horas antes de marcharse, terminaron por arruinarle cualquiera ilusión de perpetuar su legado como plataforma para un tercer período.

Si su Gobierno fue categóricamente malo, sus días finales fueron muy poco serios.

Su descrédito y el nuevo escenario político en la izquierda local no son los mismos que en 2011, cuando abandonó por primera vez La Moneda. Desde ya, ella ha tomado debida nota que no es ni se constituirá en la única alternativa para el 2021. Sabe que ante la eventualidad de una tercera candidatura, nadie le dará ni siquiera una hoja en blanco.

Sin embargo, la percepción internacional hacia su figura se ha mantenido increíblemente incólume y serán los caudillos socialistas del mundo, desconocedores de la realidad doméstica de Chile, quienes se encargarán de ayudarle a sacar brillo a sus estrellas para mantenerla vigente y omnipresente.

Bachelet no se fue para la casa. Una pena.

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