LA HOGUERA QUE ENCENDIÓ BERGOGLIO

VOXPRESS.CL.- Juan Barros estudió en el Verbo Divino y desde su educación básica se acercó a la parroquia El Bosque de Providencia, para integrar un joven equipo de colaboradores con las tareas del templo y, fundamentalmente, ayudar en las concurridas misas dominicales.
No tenían, esos muchachos, más que estar uniformados de vestón azul marino y pantalón beige. Muchos de ellos tuvieron una presencia pasajera y otros se fueron quedando allí en la medida en que crecían.
Barros fue uno de ellos: atraído por la oratoria de Fernando Karadima, su director espiritual, surgió en él el deseo de ingresar al Seminario Diocesano.
Existe un libro relativamente reciente, de regular circulación, ‘El huerto de los ovejas’, escrito por un ex seminarista, declarado gay antes de acceder a ese lugar --hoy teólogo y académico-- que narra crudamente las relaciones más allá de la amistad que iban surgiendo entre los aspirantes a cura y la incidencia que sobre ellos tenían los curas profesores.
Extenso y algo reiterativo, el libro es la irrefutable evidencia de que en la cuna de sus propios sacerdotes, la Iglesia, y no sólo la chilena, sino la mundial, sufre la incubación del virus que la ha afectado escandalosamente por años y que, por estos días, tiene al clero local con los pelos de punta.
De tarde en tarde solían salir de la intimidad de los muros eclesiásticos casos de abusos protagonizados por sacerdotes. Algunos muy conocidos, y hasta famosos –Cox, Silva, O’Reilly, Precht, Valenzuela, Guzmán-- y otros protagonizados por modestos párrocos o asignados a colegios católicos.
Sin embargo, el caso Karadima marcó un antes y un después. El clero local asumió el costo de la pérdida y decidió dejar atrás la etapa de los bochornosos ocultamientos para dar la cara frente a nuevas apariciones de abusos. Aún más, los afectados salieron rompieron el silencio de sus propias pesadillas y las revelaron con sus nombres y apellidos.
Frente a este nuevo escenario, La Conferencia Episcopal creó un Consejo para la Prevención del Abuso, presidido por el obispo de Rancagua, Alejandro Goic.
Antes, a los curas sorprendidos en conductas anormales, eran sancionados, enviándolos a solitarios períodos de oración o a centros de rehabilitación que la Iglesia tiene en diferentes lugares del mundo, aunque bien se sabe que la recuperación, en esta adicción, es prácticamente imposible.
El ex párroco de El Bosque fue condenado a no ejercer nunca más el ministerio sacramental y su séquito de sacerdotes, diseminados en el anonimato.
El hecho de que Karadima, con su inmensa popularidad, influencias, red de protección y vínculos con importantes empresarios aportantes de millonarias ayudas, haya sido castigado, abrió las puertas de par en par a otras revelaciones, ahora de cara a la comunidad.
Tras esta vía libre, los que se dicen abusados perdieron el miedo a mostrarse y, actualmente, hay listas de denunciantes que culpan a conocidos sacerdotes, e incluso a provinciales y profesores de importantes colegios católicos, dos de ellos de la misma congregación a la cual pertenece el Papa.
Este nuevo escenario fue el que le impidió a Juan Barros, hoy obispo de Osorno, escapar de la madeja y amplificarse en la exposición pública. Los autos
proclamados “víctimas de Karadima” --todos, disfuncionales--, enojados por la desidia de las autoridades en cortarle la cabeza al ex párroco, las emprendieron contra quien también oficiaba misas en El Bosque y, según ellos, “fue testigo de los abusos, pero los calló”.
Con esta mochila sobre su espalda, Juan Barros fue designado obispo con la firma y venia de Bergoglio.
En su momento, el Papa calificó de “tontos” a los llamados “laicos de Osorno” que piden la salida de su obispo por “encubridor”.
Aunque nunca tranquilo y con el apoyo incondicional de alguno de sus feligreses, Barros estaba logrando ‘capear el temporal’…¡hasta que llegó de visita el Papa! Por ayudarlo y respaldarlo terminó empujándolo al medio de la hoguera, luego que reconociera que se equivocó y que debían “escucharse las voces de la víctimas”.
Envió a un cardenal caza abusadores, Charle Scicluna, junto a un notario eclesiástico, Jordi Bertomeu, para una diligencia ---entrevistar a las “víctimas-- que no le tomaría más de tres días. Una abrupta operación a Scicluna de la vesícula lo dejó por, más días, y la fila de denunciantes y el número de cartas con revelaciones que llegaron a la Nunciatura, obligaron a importar rápidamente desde Buenos Aires a un nuevo notario ---el sacerdote Hernán Díaz--, porque Bertomeu debió ocupar el lugar del enfermo.
De emergencia, un cura mercedario actuó de notario, pero la sentencia de Bertomeu fue lapidaria: “queremos gente de confianza”…
La comisión entrevistadora recibió a partidarios y detractores de Barros --entre ellos, al propio acusado, a su antiguo crítico, el al obispo de Ancud, y a sacerdotes de Osorno que no lo quieren allí--, pero la peor de las noticias es para la Iglesia Chilena en su conjunto que, con este procedimiento, más parecido a un juicio público que a una ronda de entrevistas, pasó, de la noche a la mañana, al primer plano de un cuestionamiento mundial.
Increíble que éste haya sido el único 'mensaje' que este particularísimo Pastor le haya dejado a sus ovejas chilenas.