LA 'HUELLA' DE BERGOGLIO EN CHILE

La feligresía católica chilena, la de fe más acentuada y de mayor apego a su Iglesia, sigue preguntándose cuál fue el mensaje espiritual que le dejó Jorge Bergoglio durante su agitada visita de tres días a Chile.
Su presencia no fue de sello político, como se pronosticó, ni tampoco constituyó una visita pastoral, como una mayoría hubiese deseado.
El único legado de su viaje fue habar atizado, incluso a nivel internacional, la situación del obispo de Osorno, Juan Barros.
Este sacerdote diocesano fue designado a cargo de dicha diócesis por Bergoglio, pero su nombramiento halló inmediato rechazo en un sector de los católicos osorninos, que lo acusan de ser "encubridor" de Fernando Karadima.
Éste, ex párroco de El Bosque (Providencia, Santiago) fue separado del oficio religioso, impedido del ejercicio sacramental y obligado a llevar una solitaria vida de oración, a causa de una denuncia de tres jóvenes adolescentes que lo acusaron de abusar de ellos.
En ese tiempo, Barros era parte del equipo sacerdotal de dicha parroquia y los acusadores le impugnan su silencio, pese a haber sido testigo de la conducta de Karadima.
Pese a las permanente acciones en su contra por parte de fieles de Osorno, la situación de Barros parecía estar en un statu quo, ello hasta que llegó de visita Bergoglio.
Su caso fue el interés general del periodismo y todas las actividades papales pasaron a un segundo plano.
A Barros se le vio varias veces junto a Bergoglio y comentó que había recibido su apoyo. Pareció ser así, luego de que el Pontífice, a horas de abandonar el país, dijera públicamente que "no hay una sola prueba en contra de él; son todas calumnias".
Se creyó que, con tan tajante aseveración, era el punto final, y definitivo, a un episodio muy incómodo para la Iglesia chilena y que ésta, de alguna manera, había logrado encapsular, incluso ocultando información, como una carta papal a su Nuncio en Santiago, sugiriendo que a Barros se le diera un año sabático para enfriar el conflicto.
El representante del Vaticano comunicó el contenido de dicha carta al cardenal Ricardo Ezzati y a la Conferencia Episcopal. A su vez, el cuestionado obispo rompió
su silencio y reveló
que "en dos oportunidades le presenté mi renuncia al Papa". Se deduce que fue respaldado.
La papa caliente parecía fría, cuando Bergoglio, ya de regreso en el Vaticano, fue llamado al orden por el duro arzobispo de Boston, Sean O'Malley, en cuanto a que debía escuchar a quienes imputan "encubrimiento" a Barros.
Tomó, entonces, una decisión que prendió fuego a la situación del obispo: mandató al cardenal Charles Scicluna (en la foto) a que interrogara in situ a los acusadores del obispo.
Con la medida, agigantó su contradicción entre su carta de 2015 para 'congelar' al obispo y su incondicional apoyo en Iquique, respecto a la no existencia de "pruebas" en su contra. Después las cambió por "evidencias".
Peor aún, dejó también en entredicho sus muestras de confianza, al oficial misas masivas con él, sus afectuosos diálogos y el lógico convencimiento en la Iglesia chilena de que para el Papa, el caso Barros era asunto cerrado.
El arzobispo interrogador Scicluna es experto en casos de abusos al interior de la Iglesia Católica y fue quien investigó y pidió la expulsión del mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.
Scicluna viaja a Chile para entrevistar a dos de los testigos presenciales del "silencio" de Barros y pasa antes por Nueva York para interrogar al más descarnado de los denunciantes, un conocido activista gay que reside allí Lo iba a interrogar vía skype, pero Bergoglio le ordenó que lo hiciera en vivo.
Es de imaginarse la conmoción que originará la presencia de Charles Scicluna en Santiago, amplificando un conflicto que la Iglesia local parecía tenerlo medianamente contenido.
Es indispensable precisar la categórica diferencia entre la autoría de un abuso con un supuesto encubrimiento de éste. Aunque igual de censurable un silencio en esas circunstancias, se trata de conductas distintas y con agravantes distintos.
No es aventurado pensar en que esta misión del arzobispo maltés con residencia en el Vaticano sea un mero protocolo para remarcar el ánimo de equidad de Bergoglio y, para, de algún modo, encubrir sus propias incongruencias.
Esta conclusión deriva de un hecho esencial: desde el 2015, obran en poder del Vaticano las cartas personales de los denunciantes de Barros con una detallada descripción de los hechos.
Esto es, la opinión de los acusadores ya fue conocida por Bergoglio el 2015, y de ahí que ese mismo año él enviara la carta a su Nuncio en Santiago, sugiriendo como sanción al obispo un año sabático.
Este es el antecedente que induce a creer que en las entrevistas del enviado con los denunciantes poco o nada nuevo se revelará y, por consiguiente, no parecen venirse en contra de Barros las 'penas del infierno' que sus críticos anhelan para él.