LA REPUBLICANA TRADICIÓN DEL CINISMO
Se considera una tradición republicana, pero por motivos que están muy a la vista, al menos la de esta vez, resultó chocante y contraproducente.
A las horas --inusualmente, a los minutos como aconteció en esta ocasión-- de ser declarado el triunfo de un nuevo Presidente de la República, se produjeron intercambios de saludos con la Mandataria aún en ejercicio y con el candidato perdedor.
Los acelerados cambios en las costumbres de la sociedad hacen cada vez más imperceptibles, y hasta insignificantes, los protocolos. Uno de ellos es este inoficioso intercambio de elogios mutuos, luego de días, semanas y meses de odiosidades y hasta de insultos.
Si es "una tradición que hay que cumplir", precisamente por lo forzada es doblemente innecesaria.
Resultó desagradable escuchar a Sebastián Piñera alabar la "gran sabiduría" de la Presidenta o decir que "tengo subrayado en rojo algunos aspectos del programa de Gillier", apenas horas después de denunciar que aquél es inviable porque le costará al país US$ 40 mil millones.
Pareció ridículo que la Presidenta le pidiera hora para desayunar en su casa al electo Mandatario y más chocante sonaron sus "cariños saludos a su familia".
Ella predicó febrilmente que la elección de Piñera sería "un retroceso para el país", para, luego de dicho encuentro, afirmar que "tuvimos una jornada de trabajo para que le vaya bien en su gestión"…
No corren tiempos acordes con esta tradición tan distante de la realidad y de los reales sentimientos de los protagonistas. Después de una guerra de descalificaciones e injurias, lo lógico era un saludo privado y punto, y no un show mediático.
No estamos instando a gestos de mala educación, sino a actos de buena crianza pero que reflejen la realidad, y ésta distaba muchísimo de ser de calidez.
Aunque se enfrenta a una feroz pasada de cuentas antes de su rearme y reacomodo, la izquierda no será muy protocolar en sus relaciones con un Gobierno de derecha. Tuvieron sabor a sarcasmos los deseos de la Mandataria de "mucho éxito en su Gobierno", consciente, ella, su entorno y el aún oficialismo, de que aún herida y maltrecha, como está, será insaciable en sus apetencias.
Tras saludar al Presidente electo con palabras corteses y cariñosas, Guillier anunció que "seremos una oposición incansable para mantener y profundizar las reformas de la Presidenta".
Cuesta entender tanto 'cariño' cuando aún siguen corriendo las gotas de un enfrentamiento que sobrepasó todos los límites conocidos en carreras presidenciales.
En pleno acto electoral, Bachelet se aprovechó de una tragedia de la naturaleza para llamar a votar, y lo mismo hizo el candidato oficialista desde el avión que a mediodía lo transportó desde Antofagasta a Santiago.
Simultáneamente a tan cínico protocolo, la TV continuaba repitiendo las escenas del artero ataque de la comunista Julia Urquieta al diputado José Antonio Kast, orquestado con la perfecta organización y disciplina del PC, y luego de que la policía tuviera que aislar la zona de votación de Piñera a raíz de las contramanifestaciones, igualmente de la misma colectividad.
También, a esa misma hora de los besos enviados a través del teléfono abierto, el jefe del SERVEL, Patricio Santa María (DC), se empeñaba en querer demostrar que los votos marcados que denunciaron decenas de sufragantes ----descubiertos antes de entrar a la cámara secreta-- eran "falla de imprenta".
La Nueva Mayoría, con el PC a cargo del timón y con Bachelet como principal navegante, aniquiló la unidad nacional y polarizó a la población. No se percibe muy probable que los anuncios de 'política de los acuerdos' y los llamados a la unidad van a caer como maná desde el cielo.
Chile quedó herido, y muy herido, tras la campaña electoral más odiosa e injuriante que se tenga recuerdo, y si bien la izquierda ha sido desalojada del poder, ahora desde la otra vereda continuará en la única huella que conoce el socialismo: destruir y destruir para construir sobre las ruinas de su ideología basada en el despojo y el no respeto.
Ese intervalo de hipocresía que fue el protocolo llamado tradición republicana es un preámbulo de lo que se anticipa: lo que se dice y se muestra no es el alma ni el corazón de quien lo hace.
