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CHILE VOTÓ CON EL CORAZÓN

La del domingo fue una de las pocas elecciones presidenciales que no requieren de mayores análisis.

Nadie ---nos incluimos-- puede atribuirse algún tipo de acierto en los pronósticos. La víspera se caracterizó por una potente señal de incertidumbre: ni los más calificados expertos en ciencias políticas se animaron a algún vaticinio.

La escandalosa arremetida final del Gobierno con un intervencionismo sin precedentes, hicieron pensar en que sus sondeos internos y privados no eran portadores de buenas noticias.

Por el lado de la oposición, las dudas emergieron con el inesperado incumplimiento de las metas en la primera vuelta.

Todo pareció entregado a la voluntad de las hueste no militantes del Frente Amplio, que, en la sumatoria de votos, podrían convertirse en el salvavidas del candidato oficialista.

Pareció trágico el momento, pero se llegó a reflexionar respecto a que el destino del país estaba en las manos de un sector de la ultra izquierda.

No obstante, ocurrió lo que nadie, absolutamente nadie, imaginó: la avalancha de votantes por el candidato opositor. Mucho antes de la hora prevista se oficializó el triunfo de Sebastián Piñera y, a su vez, Alejandro Guillier reconoció su categórica derrota.

Lo sucedido, y la velocidad con que se materializó, hizo recordar la acelerada, amplísima e inesperada victoria de Ronald Reagan (republicano) sobre Walter Mondale (demócrata).

¿Qué de crucial ocurrió este 17 de diciembre? ¿Por qué no surtió efecto la virulenta campaña del terror antipiñerista? ¿Por qué no logró efectos el inusual intervencionismo del Gobierno?

Observado el desenlace de la elección, se llega a la conclusión de que la 'guerra de los programas', con sus adecuaciones de última hora, no tuvo incidencia en la decisión de los electores.

Hay un dato clave, quizás el único, para explicar el triunfo tan categórico y holgado de Piñera: el movimiento de dos bloques de votantes.

Por el bando de Guillier, si bien se le sumaron para la segunda vuelta los votos de los adherentes de los candidatos de izquierda que quedaron en el camino, claramente hubo un sector que no concurrió a sufragar.

Fue la gente que creyó y confió más a título personal que como exponente de un colectivo en el proyecto de Beatriz Sánchez.

Los militantes de los partidos del Frente fueron disciplinados con el llamado de sus jefes y asistieron a sufragar, pero en la misma proporción de sus votos parlamentarios, esto es, unos 400 mol. Sin embargo, Sánchez obtuvo un millón doscientos mil, de modo tal que la papeleta de parte sustancial de ese diferencial no ingresó a las urnas.

Esta resta de participación no aumentó la abstención, sino, por el contrario, la redujo, en un hecho histórico desde la implantación del voto voluntario.

Un fenómeno disímil fue el experimentado por Sebastián Piñera: ni él ni nadie de su comando soñaron la incorporación de más de medio millón de votos, superando con creces las cifras de la primera vuelta.

Las estadísticas consignan que ésta es la más alta votación de un candidato desde que rige el voto voluntario.

¿Qué fue lo que originó este impulso opositor? Aquí no hay dos lecturas: poner fin al nefasto dominio de una izquierda sectaria, prepotente y abusiva.

Lo ocurrido no es comparable con la primera victoria presidencial de Piñera sobre Frei Ruiz-Tagle, porque en aquella oportunidad los factores que incidieron en su éxito fueron dos: los votos que Marco Enríquez le quitó al candidato de La Moneda y los muchísimos desencantados de la entonces Concertación, decepcionados por la mala gestión de Bachelet, muy desacertada pero no peor que ésta.

En la versión 2017 de la elección presidencial, lo que gatilló la victoria de Piñera fue el generalizado agotamiento con la ineptitud, engaño y corrupción de esta segunda administración de Bachelet.

Aquel sector frentista que se abstuvo, y que pudo ser el salvador de la opción de la izquierda, no actuó con la interesada calculadora de sus líderes, sino apelando a su conciencia: no estaban dispuestos a ser cómplices de un fracaso.

Unos con su abstención y los más con su concurrencia a votar, fueron la voz silenciosa del "¡basta!", no más al contingente de inmorales a cargo del país, imponiendo su voluntad para hacer lo que se les daba las ganas.

Puede considerarse una falsedad quien diga, responsablemente, que votó por los contenidos de un programa.

Aunque nunca ha sido así, jamás fue tan marcado como esta vez: los chilenos sufragaron de acuerdo a los sentimientos y emociones. Escucharon la voz de sus corazones que los instó a expulsar del poder a estas tropas de desvergonzados abusadores.

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