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LA INCERTIDUMBRE SE AGUDIZA Y SE PONE PELIGROSA

Luego de la primera vuelta, muchos tendieron a caer en una vieja práctica política: la sumatoria de votos heterogéneos.

Juntando sufragios de acá, de allá y de más allá, se puede lograr un total que dé un resultado exitoso. Pero en este tema, donde el factor ideológico juega un rol decisivo, lo que se viene de aquí al 17 de diciembre no sólo alimenta aún más la incertidumbre, sino robustece la angustia de los dos candidatos que ‘por lógica’ iban a pasar a la segunda vuelta.

Observado fríamente desde la altura de una marquesina, el desenlace fue el pronosticado, con Sebastián Piñera primero, y Alejandro Guillier, segundo, ambos separados por más de 15 puntos, diferencia menor a la prevista de 20.

Un racionamiento simplista podría, incluso, concluir que si Piñera ganó en absolutamente todas las Regiones, tiene --desde ya-- un amplio favoritismo para la segunda, y definitiva, vuelta.

De acuerdo a la tendencia que venía evidenciando en los últimos sondeos, Piñera debería haber estado entre un 40% y un 42%, pero no llegó al 37%, quitándole resonancia y contundencia a su primer lugar. Ese bajón en el peor momento hay que atribuirlo a la falta de reacción de su comando frente a la arremetida del Gobierno a favor de Guillier.

La variable única para dirimir la pugna Gobierno-oposición siempre pareció ser la cantidad de puntos de diferencia entre uno y otro, como elemento para despejar o agudizar la incertidumbre en segunda vuelta.

Sin embargo, nadie, absolutamente nadie, consideró la determinante influencia que tendrá en el futuro desenlace el ‘nuevo fenómeno’ llamado Frente Amplio, esto es, una ultra izquierda opositora.

Siempre se utilizaron como parámetros para medirlo, los 330 mil votos de su primaria, el techo del 15% de Beatriz Sánchez en las encuestas y el ninguneo permanente de los voceros del comando guillerista, en especial de Sergio Bitar: “es un tierno puñado de entusiastas, pero inorgánicos”.

Resulta que, ahora, llegó al millón 200 mil votos y quedó con una representación parlamentaria de 20 diputados y un senador. Su candidata Beatriz Sánchez alcanzó a un 20%, apenas dos puntos más debajo de Guillier. Más elocuente todavía, en las dos Regiones más pobladas del país, superó al representante de La Moneda.

Si el ejercicio fuese tan simple como llegar y sumar, si se colocan los votos de toda la izquierda en una canasta y los de la centroderecha en otra, el desenlace de la segunda vuelta será tan reñido e incierto como siempre se previó.

Pero el punto de inflexión, donde efectivamente se jugará el destino del país, radica ahora en el pie forzado en que se encuentra Guillier para recibir el apoyo del Frente Amplio.

En la oposición se da por sentado que Piñera contará con los también inesperados 500 mil votos de José Antonio Kast, quien la misma noche del domingo concurrió a saludarlo.

Sólo se sabrá si ese aporte le será suficiente al candidato de la centroderecha en la medida en que prosperen o fracasen las ‘negociaciones’ de Guillier con el Frente Amplio. Al menos en estas horas, esta montonera de “cabros y cabras” --como la definió Sánchez en su emocionado discurso de la noche del domingo--, intenta ponerse de acuerdo en cómo y en qué presionará al candidato oficialista para condicionarle su apoyo.

No existe sólo una corriente interna al respecto, pero el alcalde porteño, Jorge Sharpe ---con un impecable trabajo territorial--, dio señales de lo que puede pasar: en su condición de emblema máximo del movimiento, anunció que “como sea, hay que impedir que la derecha llegue al poder”.

Pero un buen número de exaltados “cabros y cabras” ----todos forjados en la revuelta estudiantil del 2011— quiere imponerle condiciones duras a Guillier, como, en primer lugar, una urgente Asamblea Constituyente, el fin inmediato de las AFP’s y de las Isapres y la ‘nacionalización’ de las empresas de capitales extranjeros, fundamentalmente las de servicios básicos.

Si el candidato de La Moneda y la Nueva Mayoría no acepta las exigencias programáticas del Frente Amplio, perderá.

El 19 de noviembre ha confirmado que nuestro país nunca ha seguido los cánones internacionales en cuanto a fenómenos políticos. Las elecciones de ese día determinaron, así de claro, el término del ciclo centrista --la sociedad se fue a los extremos----, la confirmación de que no es imposible desplazar a las ‘vacas sagradas’ (Walker, Zaldívar, Andrade, Cornejo, etc.) y que la izquierda revolucionaria es un patrimonio exclusivo de Chile en las democracias sudamericanas.

Mientras en el resto, las manecillas apuntan a una derechización, acá en Chile lo hacen hacia la izquierda, y la más extrema. No por casualidad, la Bolsa resintió de inmediato tan inesperado escenario.

A partir de este momento y hasta el 17 de diciembre, la extorsión de la ultra izquierda será la que, en definitiva, marque el destino del país y, desde marzo del 2018, comenzará a tener un rol pendular clave en las grandes decisiones legislativas.

Parece casi una crueldad, pero Chile está sometido, a partir del pasado domingo, a una encrucijada que no soñó: ser vasallo de la extremista voluntad de algo más de un millón de votos. Es el Frente Amplio el que, ahora, tiene la llave del teatro de una nueva tragedia política o de una esperanza salvadora.

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