EL POSTRER RECURSO DE LA FALDA PRESIDENCIAL

¡“Mujercita!” le gritaban los niños de antaño a aquel amigo que, asustado tras cometer una maldad, se refugiaban en la falda de su madre, de su profesora o de otra dama.
A millones de chilenos se les vino a la memoria esa imagen, luego de observar los cierres de campaña y, particularmente, el del ‘independiente’ Alejandro Guillier.
En las semanas previas, y especialmente días antes, al candidato y a su comando les ‘bajó una locura’ por Michelle Bachelet, por aparecer junto a ella, por contar a su lado con sus ministros y por hacer notar una conmovedora gratitud hacia su Gobierno.
En el cierre de su campaña, diez ministros y otro buen número de subsecretarios, ocuparon las sillas preferenciales en el acto.
En el verano pasado, en una entrevista que dio a un periódico madrileño ---El País--, Guillier afirmó que la irrupción y el favoritismo de Piñera “son consecuencias de los errores de este Gobierno” (el de Bachelet).
A mediados de año, al inscribir su candidatura en el SERVEL, pronunció un discurso donde delineó un sinfín de promesas de campaña. En sus palabras no hizo alusión alguna al Gobierno y ni siquiera mencionó una sola vez a la Nueva Mayoría: su intención, entonces, fue desmarcarse y establecer distancias de ambos.
Una conducta similar fue fácil de advertir, también, de parte de las candidaturas de Carolina Goic y, descaradamente, de Marco Enríquez, cuya voltereta final llegó a ser grotesca por la patería hacia la Presidenta.
La desvergüenza de la candidatura oficialista A, que a ésas, y a éstas, alturas a nadie llama la atención, fue el postrer recurso --de todos a los que echó mano-- para trastocar la indiferencia generada por la pasividad y frialdad de Guillier.
Sin liderazgo, sin reflejar convicciones, carente de peso político y de un dominio de los grandes temas de la problemática nacional, Guillier fue el gran responsable de que la izquierda no se aglutinase en uno solo y gran bloque.
Fue la renuencia de la izquierda a votar por Guillier, la que instó al Gobierno a involucrarse en un abierto intervencionismo electoral, con el justificativo del ‘ejercicio democrático’ de votar.
Interiorizado de que la amenaza de abstención, fundamentalmente del segmento entre los 18 y 26 años, amagaba más de la cuenta la opción, de por sí limitada, de Guillier, La Moneda se jugó sin rubores por ayudarlo.
En respuesta a esa bocanada de oxígeno, desde el comando del candidato le pidieron a la Presidenta que asumiera personalmente el rol de agrupar a las fuerzas de izquierda y que sus ministros se incorporasen a la campaña en la segunda vuelta.
A la postre, terminó dándose lo que siempre se dijo, la inexistencia de una candidatura ‘independiente’ y que Guillier representaba, y representa, más de lo mismo, la continuidad de un Gobierno que más temprano que tarde correteo de su lado a sus simpatizantes y que nunca, desde marzo de 2015, logró pasar la barrera del 20% de aprobación.
Se proyecta, más por una tradición que por un retrato de la realidad, que la Presidenta podría dejar La Moneda con una ‘popularidad’ cercana al 40%, todo un record desde marzo del 2015.
Es fácil entender el paso de la independencia a la dependencia, corriendo, incluso, el riesgo de ser víctima de la contaminación por la deplorable gestión gubernamental. El alto nivel de desconformidad, decepción y desencanto existente en el país con Bachelet no es fruto de la oposición, sino de ella misma y de su Nueva Mayoría.
Aún más, la fractura transversal de la izquierda es producto de las divergencias con que se puso en marcha esta aventura de la Nueva Mayoría, un proyecto nacido para perecer, tal cual ocurrió.
Así, era esperable que más tarde que temprano tendría que aparecer la maquinaria estatal para ir en auxilio de una candidatura que peligró ser arrasada. No obstante, no fue Guillier quien capitalizó el intencionado llamar a votar, sino la oposición de izquierda, el mismísimo Frente Amplio que ahora tiene de rodillas al candidato.
En tanto ella, la zarina de sacar las castañas con las manos del gato, no dudó la noche del domingo en llamar a la unidad “a toda la izquierda” --incluso, a la que no estuvo ni está con ella— sólo por su interés personal de que el futuro Gobierno sea afín a su “legado” y que no vaya a llegar otro que deje al descubierto su engaño.