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VOTAR, UN COMPROMISO CON CHILE

Es probable que algunos de nuestros lectores, el domingo 15 de diciembre de 2013 haya optado por quedarse en casa y no concurrir a votar en la segunda vuelta presidencial entre Michelle Bachelet y Evelyn Matthei.

Más que una decisión afín a la comodidad, seguro que aquella determinación de no sufragar se tomó ante la certeza de que esa elección estaba ganada por la candidata socialista.

Dentro de tan sólo algunas horas, puede que no pocos se enfrenten a la misma disyuntiva, dado que es un hecho incuestionable que Sebastián Piñera ganará sin sobresaltos en la primera vuelta.

Pero ésa no es la idea. Si alguien piensa así, es una muy mala idea.

Hay razones de peso para sufragar y para quienes saben con certeza que lo harán, insten a un pariente, un amigo o un vecino a que no se quede en casa.

Quienes se pronunciarán por el candidato centroderechista emiten automáticamente un voto de castigo al actual Gobierno, y ése es el objetivo prioritario de esta elección: desalojar al socialismo del poder.

La historia es generosa testigo de la perversidad de esta ideología y hay aún muchos pueblos que gimen de dolor ante la impotencia de sacárselo de encima. El socialismo promete el cielo pero regala el infierno.

Una de sus tantas características insignias es el abuso, esto es, la imposición antojadiza de sus intereses, arrollando las opiniones disidentes. Un símil muy cercano es Venezuela: de no haber sido por el frenazo económico y por la decepción generalizada de la gente, la retroexcavadora de la Nueva Mayoría habría funcionado con las mismas y funestas consecuencias que sufre hoy el pueblo libre de aquella nación.

Esta vez, nuestro país se salvó de milagro, sin intermediación de otros, como en 1973. Chile no puede, ni debe, continuar viviendo en un zigzag de aventuras políticas y que se enfrente, de tiempo en tiempo, a situaciones extremas motivadas por ideologías odiosas y revanchistas.

En 1973, fuimos noticia mundial por ser el primer país en el mundo en que el marxismo llegaba al poder gracias a una elección popular. Poco tiempo pasó para tomar conciencia de que, en esa oportunidad, la pasividad del electorado no extremista había cometido el peor error de su vida.

En 2009, Chile volvió a ser noticia, especialmente en una Sudamérica marcadamente de izquierda en ese entonces, con el triunfo de Sebastián Piñera, por haber desplazado del Gobierno al socialismo, en dicha oportunidad sin el comunismo oficialmente involucrado. Pero la centroderecha fue incapaz de neutralizar y subordinar, por su inacción y desinterés, la avasalladora y vociferante campaña desestabilizadora del extremismo.

Por ello, Chile volvió a manos del socialismo el 2014, esta vez con el comunismo enquistado en el poder, manejando al Ejecutivo e imponiendo sus destructivas pautas para el futuro del país.

Quienes hoy, hipócritamente, se presentan como una alternativa de centro y de gobernabilidad, se prestaron, interesadamente, para las maquinaciones demoledoras de la Nueva Mayoría, de las que, como dijimos, por milagro nos salvamos.

Ése es el compromiso que los demócratas sin apellidos ni apéndices, tienen, ahora, con su país. Extirpar por un buen tiempo el tumor metastásico del socialismo y su diversidad de aliados, convencidos o interesados.

Las transformaciones de todo tipo han acobardado a la sociedad que profesa la libertad y los derechos individuales, al punto de hacer sucumbir la fuerza de expresión de antaño. Fue nuestra clase media la que salió a las calles valientemente para enrostrarle a Salvador Allende lo nefasto de su gestión, pavimentando el camino a su caída.

Hoy, la sociedad libre hace oposición puertas adentro. No deja oír su malestar y su indignación ante el abuso, el descaro y la corrupción, tres pecados recurrentes de este Gobierno que expira.

Queda, entonces, la alternativa de la protesta silenciosa, que es el voto. Son tan poderosas las fuerzas de un lápiz y de un papel que fueron capaces de poner fin a un régimen militar.

Esa misma arma es la que reclama el presente y futuro de este país, que quiere volver a progresar, a tener una economía sólida, a no perder los empleos ni los bienes por la atomización del crecimiento; es el arma para combatir --con hechos y no con palabras-- el terrorismo rural y la delincuencia urbana y hacer esfuerzos por eliminar la izquierdización de la Justicia; es el arma para poner fin a la falta de vergüenza de las autoridades y a su complicidad con protagonistas de ilicitudes.

Votar el próximo domingo es mucho más que una responsabilidad cívica, es un compromiso con Chile para rescatarlo de las brasas socialistas y ponerlo a salvo, ojalá para siempre.

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