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UN FANÁTICO AÑEJO, PERO A CARA DESCUBIERTA

Habría sido un acto de soberbia no dedicarle algunas líneas antes de que desaparezca de la escena nacional la noche misma del próximo domingo. Eduardo Artés (1951) nunca llegó siquiera a marcar 0.5 en las encuestas presidenciales, consecuencia de lo cual fue caratulado de loco, desubicado y hasta falto de vergüenza por tener la osadía de considerarse como opción para La Moneda, más aún con un programa extraterrestre: sepultar a este Chile y fundar otro.

Este hijo de la ruralidad, nacido en la comuna de San Vicente de Tagua Tagua y profesor de Matemáticas, no está demente ni mucho menos: es fanático incondicional del comunismo más ortodoxo que se conoce.

Para mejor entender su conducta: si fuera seguidor del hoy Estado Islámico, sería un cruento soldado de la causa. Él no se aparta una sola coma de su propio Corán rojo furioso.

Maniático desde jovencito de los textos doctrinarios del comunismo soviético y chino, se quedó pegado políticamente en el pasado, un pasado que sólo es presente en la siniestra y hermética Corea del Norte. Añejo, anclado en lecturas sin vigencia hoy, Artés tiene el derecho a ser respetado por su honestidad y su valentía de decir las peores barbaridades, pero convencido de ellas.

Precandidato presidencial para la elección del 2009, fue fiel militante del Partido Comunista hasta que éste decidió apoyar a Michelle Bachelet. Fundó, entonces, su propia colectividad, Unión Patriótica --reconocida como tal por el SERVEL--, de la cual es su máxima autoridad.

Su abuelo anarquista y sus padres comunistas le forjaron a temprana edad el camino que lo llevaría, más tarde, a decepcionarse del Premier soviético Nikita Kruschev y adscribir, y admirar, a la doctrina más radical de China.

Sólo con estos antecedentes a la vista es posible entender su rígido discurso en esta campaña. Sus juicios, que parecen descabellados y fuera de época, son compartidos por no pocos militantes comunistas, hoy detrás de Alejandro Guillier. Piensan igual que él, con la diferencia de que no dan la cara, como lo hace Artés.

Hay que ser intrépido para afirmar en pleno siglo XXI que un eventual Gobierno suyo sería respaldado por millones de personas que saldrían a las calles “a silenciar lo que fuese necesario”.

Llegó a decir ---en un foro televisivo muy difundido— que “la voz del Parlamento será acallada para siempre por la fuerza de la calle”. No dudó en asegurar que su objetivo “es hacer en Chile una copia de Corea del Norte”, sobre la cual confesó admirar la tranquilidad y bienestar de su población.

Podría considerarse un insulto para la vida republicana del país e incluso una vergüenza ante el resto del mundo democrático que un personaje de estas características se presente como candidato presidencial. Pero son su fanatismo y adoración a íconos superados por el tiempo, los que lo llevan a defender, convencido, lo que cree.

La visión global de los fenómenos políticos es hoy muy distinta a la de medio siglo o más. Pero, así y todo, hay quienes se mantienen incólumes en sus posiciones recalcitrantes, y el mejor ejemplo actual es el norcoreano Kim Jong-un, quien tiene a todo el mundo pendiente de él.

Todos los comunistas que inventaron y apoyan a Alejandro Guillier son partidarios del estatismo totalitario, eliminando todo vestigio del derecho privado., pero no lo dicen. En cambio, Artés sí lo hace.

“De llegar a ser Presidente, aquí no quedará nada privado y todo, absolutamente todo, pasará a manos del Estado, y ello sin pago de expropiaciones” dijo, con la mayor naturalidad, en el mismo foro televisivo.

Ello, al margen de impracticable, es imposible por estos días en naciones democráticas, que son la inmensa mayoría en el planeta. Para él, Sin embargo, no es una locura, es una convicción, porque así lo establecían los manuales en los cuales aprendió a leer y que lo marcaron de por vida.

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