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NUEVA MAYORÍA: EXISTE PERO NO EXISTE

No es un juego de palabras, pero así es. A partir de ahora, el rótulo de Nueva Mayoría tendrá validez y vigencia sólo para el Ejecutivo, en tanto los oficialistas postulantes al Legislativo lucirán otra denominación.

Ése es el acuerdo a que llegaron los partidos de la Nueva Mayoría al cerrar su pacto parlamentario: los candidatos a ambas Cámaras representarán a un referente con otro nombre.

De una parte, ello es fiel reflejo de la total desorientación con que la Nueva Mayoría enfrenta sus últimos meses de gestión, y, de otra, es un signo de que el oficialismo legislativo pretende evitar un masivo rechazo popular, engatusando al electorado con otro nombre. Hay que tener cuidado: son los mismos, pero con otro envoltorio.

Que en las papeletas legislativas no aparezca el nombre Nueva Mayoría es un truco para que el votante no asocie al postulante con el concepto de fracaso, decepción o ruina personal.

Ello es una prueba que de la arrogante Nueva Mayoría que inició este Gobierno van quedando sólo vestigios. Peor aún, en la eventualidad de una derrota ---de lo cual sus aliados parecen ya convencidos— se fraccionará más de lo que está.

A menos de 90 días de la primera vuelta presidencial, los partidos oficialistas aún no dan señales de un programa de Gobierno, no una lista con enumeración de promesas, sino una carta de navegación con iniciativas concretas y sus respectivos financiamientos. Prefirieron priorizar la nómina de postulantes al Congreso, pues es allí donde proyectan negarle la sal y el agua a la centroderecha.

Ante la ausencia de un programa que defender, el candidato Guillier opta por lo más elemental: desacreditar sistemáticamente a Sebastián Piñera. Nadie, medianamente criterioso, lo ha notificado de que los votos de clases media/media y media/baja que lograron ascender de estatus en el Gobierno anterior no están, ni estarán, a su disposición. La mejor constancia es que su gente ni él ‘leyeron’ correctamente la sorprendente participación en la primaria de la centroderecha.

Hoy, nadie del oficialismo habla de “proyectar la Nueva Mayoría”, porque perdió su cohesión --si es que alguna vez la tuvo--, su identidad de propósitos y hace rato que dejó de ser una coalición con los mismos derechos de sus aliados. El PC la capturó y no hubo capacidad de reacción de sus socios.

No por nada, a los partidos --excepto el PC— les costó una barbaridad la nueva afiliación ordenada por la Ley Electoral, ante una masiva negativa de antiguos militantes a reficharse.

Oliendo su final, el bloque ya se ha desperdigado y aunque por una cuestión automática aún le sigue votando favorablemente los proyectos y proyectitos a Bachelet, cada vez éstos reciben más críticas y rechazos de su propia gente en el Congreso.

El futuro que le espera es, quizás, peor que su agónico presente. El ex senador y dirigente nacional del PS, Camilo Escalona, dijo no querer imaginarse una derrota electoral “porque las pasadas de cuenta serán horribles”.

Todos los partidos de la Nueva Mayoría, a excepción del PC, están con graves fracturas internas, lo que permite suponer que tras las elecciones habrá reacomodos de militantes y surgimiento de nuevos movimientos ‘no tradicionales’, como lo acaba de anunciar un sector del PPD.

El PS se quebró tras conocerse la inversión de sus dineros en el mercado financiero neoliberal y, fundamentalmente, en empresas que han estado siempre en la mira de la colectividad. Sus bases prometieron que “llegado el momento”, pasarán la cuenta.

La elección ‘a dedo’ de Guillier como candidato presidencial provocó otro cisma por haberse omitido la opinión de la militancia.

El apego a la disciplina partidista desapareció con el acuerdo de la directiva regional de Atacama de desobedecer la orden del Comité Central de votar para senador por Lautaro Carmona (PC). La rebeldía es fruto de haber sacado de esa Región a José Miguel Insulza y trasladarlo a Arica/Parinacota.

Por su parte, y aunque es imposible predecir hacía dónde irá y con quién, la DC no sólo está hace meses técnicamente fuera de la Nueva Mayoría, sino se encuentra categóricamente dividida entre sus pocos humanistas cristianos y sus muchos socialistas. Carolina Goic, en su discurso tras la inscripción presidencial en el SERVEL, renunció definitivamente al antes cacareado ‘centro’ para declarar su guerra al sistema neoliberal, en el cual se ha enriquecido su cúpula, y todo ello en homenaje a sus flamantes aliados de la izquierda ultra, la IC y el MAS.

En el radicalismo permanece intacto un bloque ‘laguista’ que se niega a trabajar por Guillier, en tanto un duro sector de la izquierda ha atacado sin piedad a la mesa directiva por haber despedido a su jefa administrativa por 50 años, una fiel partidaria del ‘suleismo’ (Anselmo y Alejandro Sule, hoy en desgracia).

El PPD es el ‘más adelantado’ en cuanto a escisiones. El influyente G 90 ya está formando un nuevo referente, Frente Social Demócrata, que aspira a profundizar el socialismo clásico y la hegemonía de un Estado de Bienestar.

La socialdemocracia es una doctrina y movimiento político de tendencia socialista surgida en Europa a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, que, si bien tiene su raíz en el marxismo, se presenta como una propuesta teórica y práctica democrática.

El ex ministro del Interior Rodrigo Peñailillo continúa siendo el representante del G-90, el movimiento que más alto ha llegado en el aparato público.

El FSD fue presentado en el último consejo nacional del PPD y establece que es más que una reagrupación de los miembros de la G-90 y que existe una articulación amplia, apuntando a ir más allá de la Nueva Mayoría.

Visto así, queda claro que sólo un resto de la Nueva Mayoría continuará viviendo --al menos, respirando-- hasta la transmisión del mando, en marzo del 2018. Todo lo anteriormente narrado induce a concluir que ésa será su fecha oficial de sepultación. Bien ganada tiene su muerte.

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